miércoles, 3 de abril de 2013

Capítulo 3- Vuelta a clase.


Día trece. No me lo podía creer. Esa mañana empezaba el nuevo curso, comenzaba con primero de bachillerato. Estaba muy nerviosa, necesitaba tranquilizarme, así que aunque al ser el primer día entrábamos a las doce y media e íbamos media hora, me levanté a las siete. 
Me duché y me dejé el pelo secar al aire, dejándolo ondulado y brillante. Me puse unos pantalones vaqueros negros,  una camiseta de manga corta blanca, en la que ponía ''Croquetea, pequeño ser humano. Croquetea y relájate'' y unas deportivas negras de punta blanca. Lo de punta blanca era relativo, porque cuando me aburría las decoraba y en este momento tenía dos elegantes mariposas, una en cada punta, y, al rededor de las mariposas, los nombres de todos los helados que nos habíamos inventado mis compañeros y yo. Pensé en ponerme algún accesorio, pero no tenía ningún collar --todos se me acababan perdiendo, era muy despistada--, las pulseras me quedaban todas enormes por culpa de mi muñeca esmirriada y los pendientes eran impensables. Así que me quedé como iba, pero solo eran las ocho y media y no tenía que salir hasta las doce y diez o doce y cuarto. 
Cogí el móvil pensando si llamar a Lucas o no. No había vuelto a saber de él desde que habíamos hablado el día uno, cuando se fue. No sabía que hacer, ¿le llamaba o no? Él había dicho que me llamaría, pero no me había llamado, yo tenía derecho a estar preocupada... Al final le envié un mensaje, preguntándole que qué tal estaba y si había llegado bien. Poco después, me llegó una respuesta ''Sí, llegué bien. Me hicieron una quimio un par de días después de llegar, pero ya estoy mejor''.
Estaba bien, al menos. Esa tarde le llamaría, necesitaba oir su voz. Se lo puse en un mensaje y me puse a releer Los Juegos del Hambre en lo que pasaba el tiempo hasta las doce. A esa hora, cogí las llaves, el libro y una libreta y un boli para apuntarme el número de la clase y el nombre de mi tutora. Lo metí todo en un bolso y salí hacia mi instituto. 
Cuando llegué, apenas había gente en el Salón de Actos, que era donde dividirían los diferentes bachilleratos y cada uno iría con su tutora. Saqué el libro del bolso y me puse a leer hasta que un grito hizo que me girara.
--¡ALISSA! --gritó una chica corriendo hacia mi esquivando las sillas y abrazándome.
--¿Hola, Dealia?--dije yo abrazando a mi mejor amiga.
Dealia era guapa, con ojos negros y pelo castaño muy claro, casi rubio. Ese día iba vestida con unos pantalones cortos negros y una camiseta de manga corta roja, con deportivas a juego.
--¿Hola? ¡Llevo dos meses sin verte! 
Era cierto, se había ido a principios de julio y no le había visto. Además, en su pueblo no había cobertura y no habíamos hablado nada.
--Vale, pues ¡Oh, Dios, cómo te he echado de menos, querida, pequeña de mi alma, ángel de mi vida, luz de mi corazón, esperaba que volvieses para abrazarte hasta que te dejase sin cabeza! ¿Mejor?
--Sí, mucho mejor --dijo sentándose a mi lado --. ¿Noticias?
Pensé si decirle lo de Lucas o no. Pero era su amiga y se acabaría enterando, mejor decírselo.
--¿Sabes lo de Lucas? 
--No, ¿qué le ha pasado?
--Pues...-- empecé a decir cuando la directora me interrumpió.
La directora era una señora de unos cincuenta y muchos años, con el pelo rubio anaranjado, claramente teñido, cara plagada de arrugas y ojos negros. 
--Buenos días pequeños. Bueno, pequeños. Pequeños erais cuando entrasteis aquí en primero de la ESO, cargados con unas mochilas que prácticamente eran más grandes que vosotros...
Y la charla continuó durante diez insufribles minutos en los que estuve tentada de dormirme apoyada en el hombro de Dealia.
--A ver, ¿por dónde iba?-- dijo la directora después de contar la historia de como ella de pequeña no tenía cosas tan modernas como las que teníamos nosotros ahora.
--¡Iba a decirnos nuestros alumnos, Directora Riolenda! --gritó una de las profesoras, desesperada.

--Bien, alumnos--empezó a decir mi tutora de ese año.
Era una profesora joven, no llegaría a los trenta y cinco años. Nos explicó todo, normas y de más que llevaban siendo las mismas cinco años. Y nos dejó irnos, al menos no nos dio una charla estúpida como la mayoría de nuestras tutoras anteriores.
Me acordé de apuntarme mi clase, la 0.5. El cero se refería a el piso y el cinco a el número de clase. 

--Al menos no tenemos que subir escaleras --dijo Dealia acompañándome a mi casa.
--El año pasado estábamos en el tercer piso...--suspiré-- ¡Qué sufrimiento!
--Sí. Oye, me quedo a comer en tu casa.
--¿Vale? --reí-- Mis padres no están.
--Me da igual, cocinas bien. Venga, abre --dijo parándose delante de mi puerta--. Y de paso me cuentas lo de Lucas.

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